En Antes de ver el sol, el periodista Hugo Lombardi no se guardó nada. Puso sobre la mesa lo que muchos comentan en voz baja: la Cooperativa Eléctrica Popular de Rivadavia funciona como un club cerrado, sin control, sin transparencia y con fondos que, lejos de beneficiar al usuario, parecen alimentar privilegios y caprichos de unos pocos.
Uno de los casos más escandalosos, y del que aún no se obtienen respuestas claras, es el ex frigorífico desmantelado para dar lugar a un supuesto «megacentro gastronómico» o «galería comercial». Una obra faraónica que nunca se terminó, sin licitación pública, sin rendición de cuentas, sin informes técnicos y, lo más grave: sin consultar jamás a los socios. ¿Quién autorizó semejante inversión? ¿Cuánto costó? ¿A quién beneficia? Nadie lo sabe, pero todos lo pagan mes a mes en su factura.
El edificio, que había quedado obsoleto, fue derribado para transformarlo en una promesa vacía. ¿Cuánto más dinero de los usuarios se va a seguir destinando a un proyecto que jamás fue consensuado ni debatido con quienes sostienen la cooperativa con cada peso?
Lombardi lo dejó bien claro: “Qué fácil es ser protagonista con la plata de los demás. Qué fácil es administrar cuando no te metés la mano al bolsillo.”
Y a esto se suma otra pregunta incómoda: ¿Cuánto cuesta el «regalo» de fin de año de los famosos focos que reparten como muestra de buena voluntad? Porque de regalo no tienen nada. Es un auto-regalo pagado con el esfuerzo de los vecinos.
El periodista también recordó que Fornasari, ex presidente del comité radical y dos veces titular de la cooperativa, nunca rindió cuentas. Así lo aseguran incluso desde dentro del propio radicalismo. Pero nadie se anima a hablar con nombre y apellido: “Si decís quién sos, sos boleta”, comentó Lombardi, con crudeza, revelando el nivel de temor e impunidad que rodea a la institución.
A la falta de transparencia, se le suman cargos poco claros, impuestos municipales y provinciales que aparecen camuflados en las boletas de luz sin explicación alguna, y una estructura de gestión cerrada, donde los usuarios no tienen voz ni voto.
La cooperativa debería ser un espacio de participación, de servicio, de compromiso con la comunidad. Pero hoy, según se expuso en el programa, se comporta como una caja privada donde deciden unos pocos y pagan todos. No hay asambleas reales, no hay control ciudadano, no hay explicaciones. Solo obras a medias, gastos sin justificar y privilegios disfrazados de beneficios.
Una vez más, la pregunta queda en el aire: ¿para quién trabaja la cooperativa? ¿Para los usuarios o para sí misma?
Y la respuesta, por ahora, es tan oscura como las cuentas que nadie muestra.






































