En lo que dura un suspiro, como si de compensar todo el sopor del partido que había inaugurado la tarde mundialista en Moscú se tratase, Croacia y Dinamarca elevaron las pulsaciones de la Copa. Al zarpazo inicial de Dalscaard le siguió la igualada de Mandzukic, un aluvión emocional en cuatro minutos que renovaba el hambre de fútbol del aficionado nacido fuera de Rusia. Un caramelo para endulzar la jornada, pues poco, más allá de la melena de Modric, tuvo brillo en la clasificación de Croacia.
Hareide puso cemento en el medio campo con el central Christensen y envidó al juego directo sobre Cornelius, un filón para Eriksen. Cuando todo esto aún solidificaba, un saque de banda, oda a la escuela Delap, sirvió para que Joergensen se encontrase con el gol. Algo parecido le sucedió a Croacia, obligada a manejar la ansiedad con apenas dos minutos disputados. Rebic se escurrió por la derecha para servir un balón que, rebotes mediante, terminó suplicando el gol a Mandzukic.
Todo aquello fue un reinicio de partida con las cartas descubiertas. Dinamarca constató que le convenía taparse los pies ante la determinación de los de Dalic, tan capaces de moverla con acierto y poso como de morder sin remilgos. Y en cada cada lid hubo un capitán. Modric, empalaga ya repetirlo, levitó sobre el partido. Para el veneno, Rebic dio un nuevo paso adelante en su huida del ostracismo, tras la cual parece improbable que no emerja un nuevo contrato.
En Dinamarca todo transcurría con una transitoriedad templada donde sólo Eriksen llevaba mechero. Sus opciones latían si los de los Balcanes no superaban la insinuación. El escepticismo creció a medida que se consumía el tiempo. Los nórdicos ganaron cuota de balón ante una Croacia desconfiada. Se amarraron sus punzones y la búsqueda del fallo ajena se convirtió en la prioridad imperante. Nadie se asomó al gol hasta que Jorgensen probó suerte en el último cuarto de encuentro. Los de la camiseta ajedrezada se convirtieron en fiel reflejo de su número 10: si la pelota no pasaba por sus pies, a arremangarse y esperar. Cuando Croacia quiso darse cuenta, Schone portaba la manija. Apenas Rakitic se atravió a discutir el cambio de orden al filo de la prórroga con un chutazo.
Media hora extra que nunca fue una oportunidad para acercarse al triunfo; sí el momento en el que no perder. Pudo pulverizarlo todo Modric al filo de la tanda con un pase de categoría impropia al partido que valió un penalti cometido sobre Rebic, pero Schmeichel impuso el desenlace fatal.
El epílogo, ironías del destino, encumbró a Subasic, que detuvo tres de los cinco lanzamientos daneses. Oportunidad de oro para Croacia, a quien espera Rusia en cuartos de final.