La inseguridad en Rivadavia parece no tener fin. La tranquilidad de este departamento mendocino ha sido reemplazada por una creciente ola de robos que deja a los vecinos desamparados y, en muchos casos, al borde de la desesperación. Ayer por la madrugada, el corralón San Agustín, ubicado en calle San Isidro, a escasos metros de Arturo Ilía y de la seccional 13 de la Policía de Mendoza, fue desvalijado por delincuentes que no tuvieron reparo en destrozar todo a su paso.

 

Los malvivientes forzaron rejas, rompieron puertas y ventanas para ingresar al local. Una vez dentro, se llevaron todos los artículos de limpieza que estaban en las estanterías, dejando el comercio completamente vacío. Este lamentable hecho se suma a otro robo ocurrido la semana pasada en el quincho de la misma propiedad, lo que evidencia una preocupante reincidencia en los ataques.

 

El propietario del corralón expresó su impotencia:

«Nos dejaron pelados, nos llevaron todo. Estamos entregados. Ahora hay que reparar puertas, ventanas y rejas, y seguir adelante porque no nos queda otra. Pedir un préstamo para levantar el negocio de nuevo es la única salida.»

 

POLICÍA DESBORDADA Y PREVENTORES CON REDUCCIÓN DE FRECUENCIAS

 

Los vecinos de Rivadavia no solo enfrentan el miedo constante de ser víctimas de la delincuencia, sino también la falta de respuestas concretas por parte de las autoridades. La policía, con recursos limitados, no logra abarcar todo el territorio. Según testimonios de residentes, la falta de móviles y personal agrava la situación, dejando a los barrios más vulnerables a merced de los delincuentes.

 

Por otro lado, el servicio de preventores municipales, que en su momento funcionó como un complemento clave para la seguridad, ha reducido notablemente las rondas en el departamento. Esto, lejos de traer tranquilidad, ha incrementado la sensación de abandono en la comunidad.

 

UNA SOCIEDAD ACORRALADA

 

La inseguridad no solo se mide en pérdidas materiales, sino también en el impacto psicológico que genera en la población. Muchos vecinos confiesan que han modificado sus rutinas para evitar dejar sus casas solas, por temor a los robos. Este clima de desamparo está hundiendo a Rivadavia en un pozo de miedo y resignación.

 

Casos como el del corralón San Agustín evidencian que la delincuencia no discrimina. Los propietarios, desesperados, han tenido que recurrir a alarmas, reforzar rejas y puertas, y contratar servicios de seguridad privada, un gasto extra que pocos pueden afrontar.

 

¿HASTA CUÁNDO?

 

Es imperioso que las autoridades provinciales y municipales tomen cartas en el asunto. La falta de planificación y recursos para combatir la inseguridad está condenando a los ciudadanos a una vida de zozobra. Rivadavia, que alguna vez fue un lugar tranquilo, hoy se ve eclipsada por una realidad que parece no tener solución.

 

La pregunta que flota en el aire es clara: ¿quién le pone un freno a esta tierra de nadie?

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