Murió Hugo Orlando Gatti. Y con él se fue mucho más que un arquero. Se apagó una de esas luces que no necesitaban reflectores para brillar, porque su sola presencia iluminaba cualquier cancha que pisara. “El Loco” partió a los 80 años, dejando un legado que no se puede medir en estadísticas, sino en emociones, colores, recuerdos. Falleció este domingo en el hospital Pirovano, donde estaba internado desde hacía más de dos meses en terapia intensiva, a raíz de un cuadro clínico complejo que incluyó una neumonía, insuficiencia cardíaca y renal, y una fractura de cadera que agravó su salud.
Nacido en Carlos Tejedor el 19 de agosto de 1944, aquel pibe que llegó a Buenos Aires con los ojos llenos de asombro, fue mucho más que un jugador. Fue un artista. Un personaje. Un espíritu libre que convirtió cada partido en una fiesta. Que entendió el fútbol como un espectáculo y que hizo de la excentricidad una bandera. El que saltaba al campo como quien sube a un escenario, con vinchas, buzos de colores y una sonrisa cómplice, dispuesto a ofrecer su repertorio de locuras y genialidades.
Debutó en Atlanta en 1962, con solo 17 años. En River convivió con el mito de Amadeo Carrizo y, aunque nunca se ganó el cariño de los hinchas millonarios, dejó en claro que no venía a ser uno más. Luego, en Gimnasia, encontró un bosque donde echar raíces y desplegar su arte. Allí fue ídolo, precursor, pionero incluso en la televisión, cuando protagonizó un comercial que lo mostraba tomando ginebra en medio de un saque de arco. El Loco era eso: impredecible, auténtico, sin miedo al ridículo, porque sabía que detrás de cada jugada suya había una dosis de alegría y valentía.
En Unión de Santa Fe vivió una etapa intensa, y su llegada a Boca fue la coronación de un sueño de toda la vida. Porque él era hincha del xeneize, y con la azul y oro alcanzó su dimensión más gloriosa. Supo ser campeón, figura, referente. Atajó penales clave, levantó títulos y marcó época. Se retiró en 1988, con 44 años y 765 partidos en primera, un récord que mantuvo durante décadas.
Pero más allá de los números, Gatti será recordado como ese loco maravilloso que se animó a salir del molde. Que desafió convenciones. Que le dio alegría al arco, ese lugar ingrato que supo transformar en su escenario ideal.
Ahora, que voló alto, justo él que decía que los buenos arqueros no necesitaban hacerlo, queda su huella en el césped de todas las canchas que pisó. En las anécdotas. En los corazones de los que lo vieron jugar. En las vinchas. En los buzos. En esa forma única de entender el fútbol como una pasión, una obra de arte y una travesura eterna.
Gatti no murió. Se transformó en mito. Y desde algún lugar, seguramente, sigue atajando con sonrisa de niño y alma de artista.







































